Contamos con el testimonio de María José, una bilbaína que siente la necesidad de comprar "alguna cosa cada día", para sentirse bien... A ella parecía hacerla muy feliz... A mi me parecía que ese estado duraba solamente unos minutos, y el hecho de tenerlo que repetir día a día, confirmaba la poca sostenibilidad del asunto.
Sin conocer los motivos que están detrás de esta conducta, todo el mundo puede erigirse juez y opinar lo que quiera... De hecho es lo que solemos hacer cuando emitimos juicios a partir de una pequeña parte de la información disponible.
Yo tengo tres preguntas para comenzar a encuadrar la situación de cualquier comprador compulsivo:
1. ¿Lo vive como un problema?
2. ¿Su entorno lo vive como un problema?
3. ¿Se lo puede permitir?
Las respuestas a estas preguntas pueden servir como marco de trabajo, ya que si la persona lo vive como un problema, probablemente esté más próxima a querer hacer algo sobre ello. Vivirlo como un problema, no obstante, no es suficiente para generar un cambio espontáneo. Si fuese así esa persona ya se habría deshecho de esa conducta.
El que su entorno lo viva como un problema puede ser el motivador externo necesario para originar ese proceso de cambio... Al menos es una información que un coach podría utilizar como palanca.
Además está la tercera pregunta: ¿Se lo puede permitir? No se si podríamos encontrar la forma de hacer una evaluación objetiva de algo tan personal... ¿Cómo sabemos si alguien se lo puede permitir? Por ejemplo, si tiene que endeudarse para satisfacer su compulsividad parece que podríamos estar delante de una conducta con consecuencias negativas,... pero entonces ¿si una persona compra de forma compulsiva, no lo vive como un problema, su entorno tampoco, y además se lo puede permitir... es eso correcto?
Ahí es fácil tomar ese papel de juez que proyecta en los demás su propia forma de ver el mundo. Unas personas creerán que es correcto y otras que no. Yo pienso que lo verdaderamente relevante es el juicio que emite sobre sí mismo el sujeto en cuestión: el comprador.
Las personas tenemos una capacidad ilimitada para convencernos a nosotros mismos de que lo que hemos elegido es lo correcto, sea lo que sea que decidamos. Nuestra mente es capaz de encontrar argumentos a favor de cualquier posición que tomemos. Es un puro mecanismo de supervivencia y nos resultaría muy complicado poder vivir con la ambivalencia permanente de desear dos o más opciones contradictorias por igual.
Esta habilidad para justificar nuestras decisiones, y disminuir la disonancia cognitiva de la que hablan los psicólogos sociales, interfiere en la capacidad de percibir nuestros actos con objetividad.
Los seres humanos somos frágiles, y pequeños ante las fuerzas del mundo en que vivimos y, por más que nuestra sociedad cree mecanismos para nuestra defensa, embote nuestros sentidos con basura mediática y espectáculos circenses, y ponga a nuestro alcance vías de evasión temporal del tipo "compras compulsivas de lo último, de lo más molón, y de lo más actual"... el efecto que tienen estas conductas no puede más que posponer de forma temporal la realidad: somos frágiles y pequeños, nos oxidamos a cada respiración que damos, y cada día estamos más cerca de la muerte.
El problema de intentar huir de estos hechos es que en realidad, por más que corramos, los que es sigue siendo... y si tú eres el autor de los miedos que te afligen ahí donde sea que vayas, tus miedos van contigo. Si compras de forma compulsiva y de esa manera logras unos minutos de placentera anestesia, o si te emborrachas y con ello te evades, o si circulas con tu moto a 200km por hora, o si haces cosas más sencillas como criticar a los demás y poner el foco de atención fuera de tus propias miserias, logras quizás un espacio en el que tu propia fragilidad queda en suspenso... pero la vida acaba imponiendo su ley.
María José, en el camerino, compartía conmigo un cierto sentimiento de culpa y una serie de vivencias que, a lo largo de su vida, explicaban ese deseo de evasión,... Eso y el impecable paso del tiempo que iba dejando su huella en los pliegues de la piel.
Casi todos los seres humanos somos compradores compulsivos de esos momentos en los que podemos dejar en suspenso la realidad de la vida.
vC